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Cardenal Sarah: «sobre la credibilidad de la Iglesia Católica»

#1 von anne-Forum ( Gast ) , 17.08.2021 15:21

Cardenal Sarah: «sobre la credibilidad de la Iglesia Católica»
Jorge Soley, el 14.08.21 a las 6:52 PM

Cardenal Sarah en Roma en 2014. Crédito: Vandeville Eric/Vandeville Eric/ABACA

El cardenal Sarah acaba de publicar un breve texto en Le Figaro que aborda cuestiones de gran calado, como lo que constituye el fin de la Iglesia, su relación con el mundo o el fundamento de su credibilidad. Le Figaro la presenta así: «El cardenal guineano ofrece una aguda reflexión sobre la situación de Occidente y de la Iglesia cuando los católicos se preparan para celebrar la fiesta de la Asunción».

A continuación el texto que nos ofrece este pastor y maestro:

Nadie es demasiado en la Iglesia de Dios

«La duda se ha apoderado del pensamiento occidental. Tanto los intelectuales como los políticos ofrecen la misma impresión de decadencia. Ante la ruptura de la solidaridad y la desintegración de las identidades, algunos miran hacia la Iglesia católica. Le piden que de una razón de vivir juntos a individuos que han olvidado lo que les une como un solo pueblo. Le piden un suplemento de alma para hacer soportable la fría dureza de la sociedad de consumo. Cuando un sacerdote es asesinado, todo el mundo se ve afectado y muchos se sienten golpeados en lo más profundo.

Pero, ¿es la Iglesia capaz de responder a estas apelaciones? Es cierto que ya ha desempeñado este papel de guardián y guía de la civilización. En el ocaso del Imperio Romano, fue capaz de transmitir la llama que los bárbaros amenazaban con extinguir. Pero, ¿sigue teniendo aún hoy en día los medios y la voluntad para hacerlo?

En el fundamento de una civilización, sólo puede haber una realidad que la supere: una invariante sagrada. Malraux lo señaló con realismo: «La naturaleza de una civilización es lo que se construye alrededor de una religión. Nuestra civilización es incapaz de construir un templo o una tumba. Se verá obligada a reencontrar su valor fundamental o se descompondrá».

Sin un fundamento sagrado, los límites protectores e infranqueables quedan abolidos. Un mundo completamente profano se convierte en una vasta extensión de arenas movedizas. Todo está tristemente abierto a los vientos de la arbitrariedad. Sin la estabilidad de un fundamento que supera al hombre, la paz y la alegría -signos de una civilización destinada a durar- son constantemente engullidas por el sentimiento de precariedad. La angustia del peligro inminente es la marca de los tiempos bárbaros. Sin fundamento sagrado, todos los vínculos se vuelven frágiles e inconstantes.

Algunos piden a la Iglesia católica que desempeñe este papel de fundamento sólido. Les gustaría que asumiera esta función social: ser un sistema coherente de valores, una matriz cultural y estética. Pero la Iglesia no tiene otra realidad sagrada que ofrecer que su fe en Jesús, Dios hecho hombre. Su única finalidad es hacer posible el encuentro de los hombres con la persona de Jesús. La enseñanza moral y dogmática, así como la herencia mística y litúrgica, son el marco y el medio para este encuentro fundamental y sagrado. De este encuentro nace la civilización cristiana. La belleza y la cultura son sus frutos.

Por eso, para responder a las expectativas del mundo, la Iglesia debe reencontrarse a sí misma y hacer suyas las palabras de San Pablo: «No quise saber nada entre vosotros, sino a Jesús y a Jesús crucificado». Debe dejar de pensar en sí misma como algo suplementario al humanismo o a la ecología. Estas realidades, aunque buenas y justas, son para ella sólo consecuencias de su único tesoro: la fe en Jesucristo.

Lo sagrado para la Iglesia es, pues, la cadena ininterrumpida que la une con certeza a Jesús. Una cadena de fe sin ruptura ni contradicción, una cadena de oración y liturgia sin ruptura ni negación. Sin esta continuidad radical, ¿qué credibilidad podría seguir teniendo la Iglesia? En la Iglesia no hay cambios de opinión, sino un desarrollo orgánico y continuo que llamamos tradición viva. Lo sagrado no se puede decretar, se recibe de Dios y se transmite.

Por eso, sin duda, Benedicto XVI pudo afirmar con autoridad: «En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto.» En un momento en que algunos teólogos pretenden reabrir la guerra litúrgica enfrentando el misal revisado por el Concilio de Trento con el que se utiliza desde 1970, es urgente recordarlo. Si la Iglesia no es capaz de preservar la continuidad pacífica de su vínculo con Cristo, no podrá ofrecer al mundo «lo sagrado que une a las almas», en palabras de Goethe.»

Más allá de la querella de ritos, está en juego la credibilidad de la Iglesia. Si ella afirma la continuidad entre lo que comúnmente se llama la Misa de San Pío V y la Misa de Pablo VI, entonces la Iglesia debe ser capaz de organizar su cohabitación pacífica y su enriquecimiento mutuo. Si se excluyera radicalmente una en favor de la otra, si se declararan irreconciliables, se reconocería implícitamente una ruptura y un cambio de orientación. Pero entonces la Iglesia ya no podría ofrecer al mundo esa continuidad sagrada que es la única que puede darle la paz. Al mantener en su seno una guerra litúrgica, la Iglesia pierde su credibilidad y se vuelve sorda a las llamadas de los hombres. La paz litúrgica es el signo de la paz que la Iglesia puede aportar al mundo.

Por tanto, lo que está en juego es mucho más grave que una simple cuestión de disciplina. Si reclamara un viraje de su fe o de su liturgia, ¿en nombre de qué se atrevería la Iglesia a dirigirse al mundo? Su única legitimidad es su coherencia en la continuidad.

Aún más, si los obispos, responsables de la cohabitación y del enriquecimiento mutuo de las dos formas litúrgicas, no ejercen su autoridad en este sentido, corren el riesgo de no aparecer ya como pastores, guardianes de la fe recibida y de las ovejas que les han sido confiadas, sino como dirigentes políticos: comisarios de la ideología del momento más que guardianes de la tradición perenne. Se arriesgan a perder la confianza de los hombres de buena voluntad. Un padre no puede introducir entre sus hijos fieles la desconfianza y la división. No puede humillar a unos poniéndolos en contra de otros. No puede condenar al ostracismo a algunos de sus sacerdotes. La paz y la unidad que la Iglesia pretende ofrecer al mundo deben ser vividas en primer lugar en su interior. En materia litúrgica, ni la violencia pastoral ni la ideología partidista han dado nunca frutos de unidad. El sufrimiento de los fieles y las expectativas del mundo son demasiado grandes para meterse en estos caminos sin salida. ¡Nadie está de más en la Iglesia de Dios!

anne-Forum

Kardinal Sarah: "Über die Glaubwürdigkeit der katholischen Kirche"

#2 von anne-Forum ( Gast ) , 17.08.2021 15:27

Kardinal Sarah: "Über die Glaubwürdigkeit der katholischen Kirche"
Jorge Soley, am 14.08.21 um 18:52 Uhr

Kardinal Sarah in Rom 2014. Bildnachweis: Vandeville Eric / Vandeville Eric / ABACA

Kardinal Sarah hat gerade in Le Figaro einen kurzen Text veröffentlicht, der Fragen von großer Bedeutung aufgreift, etwa was das Ende der Kirche ausmacht, ihr Verhältnis zur Welt oder die Grundlage ihrer Glaubwürdigkeit. Le Figaro präsentiert es so: "Der guineische Kardinal bietet eine scharfe Reflexion über die Situation im Westen und in der Kirche, wenn die Katholiken sich darauf vorbereiten, das Fest Mariä Himmelfahrt zu feiern."

Hier ist der Text, den dieser Pastor und Lehrer uns anbietet:

Niemand ist zu viel in der Kirche Gottes

«Der Zweifel hat das westliche Denken erfasst. Sowohl Intellektuelle als auch Politiker vermitteln den gleichen Eindruck von Dekadenz. Angesichts des Zusammenbruchs der Solidarität und des Zerfalls von Identitäten wenden sich einige an die katholische Kirche. Sie fragen Personen, die vergessen haben, was sie als ein Volk verbindet, nach einem Grund für das Zusammenleben. Sie bitten ihn um eine Seelenbeilage, um die kalte Härte der Konsumgesellschaft erträglich zu machen. Wenn ein Priester getötet wird, ist die ganze Welt betroffen und viele sind tief betroffen.

Aber ist die Kirche in der Lage, auf diese Appelle zu antworten? Es stimmt, dass er diese Rolle des Hüters und Führers der Zivilisation bereits gespielt hat. Im Niedergang des Römischen Reiches konnte er die Flamme übermitteln, die die Barbaren auszulöschen drohten. Aber haben Sie heute noch die Mittel und den Willen dazu?

Am Fundament einer Zivilisation kann es nur eine Realität geben, die sie übertrifft: eine heilige Invariante. Malraux wies darauf realistisch hin: „Die Natur einer Zivilisation ist das, was um eine Religion herum aufgebaut ist. Unsere Zivilisation ist nicht in der Lage, einen Tempel oder ein Grab zu bauen. Es wird gezwungen sein, seinen fundamentalen Wert wiederzuentdecken, oder es wird zusammenbrechen.“

Ohne ein heiliges Fundament werden schützende und unüberwindbare Grenzen abgeschafft. Eine völlig unheilige Welt verwandelt sich in eine riesige Fläche von Treibsand. Alles ist leider offen für den Wind der Willkür. Ohne die Stabilität eines den Menschen überragenden Fundaments werden Frieden und Freude - Zeichen einer auf Dauer angelegten Zivilisation - ständig vom Gefühl der Unsicherheit verschlungen. Die Angst vor drohender Gefahr ist das Kennzeichen barbarischer Zeiten. Ohne ein heiliges Fundament werden alle Bindungen brüchig und wankelmütig.

Einige rufen die katholische Kirche auf, diese solide grundlegende Rolle zu spielen. Sie möchten, dass es diese soziale Funktion übernimmt: ein kohärentes Wertesystem, eine kulturelle und ästhetische Matrix. Aber die Kirche hat keine andere heilige Realität zu bieten als ihren Glauben an Jesus, den menschgewordenen Gott. Ihr einziger Zweck besteht darin, die Begegnung der Menschen mit der Person Jesu zu ermöglichen. Die moralische und dogmatische Lehre sowie das mystische und liturgische Erbe sind Rahmen und Mittel für diese grundlegende und heilige Begegnung. Aus dieser Begegnung wird die christliche Zivilisation geboren. Schönheit und Kultur sind seine Früchte.

Um den Erwartungen der Welt gerecht zu werden, muss sich die Kirche daher neu entdecken und sich die Worte des heiligen Paulus zu eigen machen: "Ich wollte nichts zwischen euch wissen, sondern Jesus und Jesus, den Gekreuzigten." Sie muss aufhören, sich als Ergänzung zum Humanismus oder zur Ökologie zu betrachten. Diese Realitäten, obwohl gut und gerecht, sind für sie die einzigen Folgen ihres einzigen Schatzes: des Glaubens an Jesus Christus.

Das Heilige der Kirche ist also die ununterbrochene Kette, die sie mit Sicherheit mit Jesus verbindet. Eine Glaubenskette ohne Bruch oder Widerspruch, eine Kette des Gebets und der Liturgie ohne Bruch oder Verleugnung. Welche Glaubwürdigkeit könnte die Kirche ohne diese radikale Kontinuität noch haben? In der Kirche gibt es keine Meinungsänderungen, sondern eine organische und kontinuierliche Entwicklung, die wir lebendige Tradition nennen. Das Heilige kann nicht verordnet werden, es wird von Gott empfangen und weitergegeben.

Aus diesem Grund konnte Benedikt XVI. ohne Zweifel mit Autorität behaupten: „In der Geschichte der Liturgie gibt es Wachstum und Fortschritt, aber keinen Bruch. Was für frühere Generationen heilig war, bleibt auch für uns heilig und groß und kann nicht unerwartet völlig verboten oder gar schädlich sein. Es tut uns allen gut, die im Glauben und Gebet der Kirche gewachsenen Reichtümer zu bewahren und ihnen den richtigen Platz zu geben." In einer Zeit, in der einige Theologen versuchen, den liturgischen Krieg durch die Konfrontation mit dem vom Konzil von Trient revidierten Messbuch, mit dem es seit 1970 verwendet wird, erneut zu eröffnen, ist es dringend geboten, sich daran zu erinnern. Wenn die Kirche nicht in der Lage ist, die friedliche Kontinuität ihrer Verbundenheit mit Christus zu bewahren, wird sie der Welt nicht das „Heilige, das die Seelen vereint“, anbieten können, wie Goethe sagt.

Über den Streit um Riten hinaus steht die Glaubwürdigkeit der Kirche auf dem Spiel. Wenn sie die Kontinuität zwischen der sogenannten Messe des Heiligen Pio
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